martes, 30 de abril de 2013

Ángeles

¡Qué bueno que me acordaste que estaban los ángeles ahí! Es medio tonto que los haya olvidado justo en un momento así. Aunque si lo pienso dos veces, más bien tiene mucho sentido. Sentido porque esta sensación es como eso, como sin ángeles, como olvidada de ellos.
Recuerdo esos días en que anhelaba en secretos sus alas y se me revuelve la cabeza y antes/después el estomago con sólo traer el recuerdo. Porque no es que los ángeles ahora no hayan estado, sino que al parecer les cerré los ojos.
Y no me gusta. No, no me gusta.
Los ángeles siempre han estado conmigo, son más que amigos, una compañía, un ahí al lado. Estallando en lo cursi, es un poco esa tibieza que uno necesita al lado en el día a día.
¡Qué mal el mundo sin ángeles!
Sin ángeles no sólo se va todo eso del lado, sino que también se cierran un poco más los ojos, el mundo tiende un poco más a la escala de grises, se esfuman las brisas, todo parece más nublado y se pierden las alas. Se pierden por completo las alas. No hay ni vuelo.
Qué pena un mundo sin ángeles. Porque sin ellos, sin los ángeles, no hay a quién pedirle favores, no hay con quien escucharte una buena plática y mucho mucho menos, queda la opción siquiera de anhelar ni en secreto sus alas, sus alas de ángeles.

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