jueves, 12 de septiembre de 2013

El mar está adelante, vamos a nadar.

Me pesa ver hacia el horizonte. Por ahí decían que es más fácil vivir con los ojos cerrados, pero vamos que hoy el cuento contaba otra cosa y vaya que era terrible aquella vida de los ciegos y sobretodo de aquella que veía entre ellos. Y es que sé que hay que seguir adelante, que el mar sigue ahí y nadar es lo único para lo que tengo fuerzas, pero sólo si es contigo. Porque de verdad creo que aprendí que las penas son para pasarlas juntos y a tu lado, todo se hace más claro, más luminoso. Las brazadas no son tan pesadas cuando se nada con una sirena. Es sólo que parece que cuando no está tu fatamorgana conmigo, se esfuman también las fuerzas. Y me ahogo. Me siento encerrado, abandonado en el vacío. Pero no quiero que creas que tienes la culpa. Tu ausencia tampoco es la culpable. Es sólo que parece que al mundo se le ocurrió darnos muy duro en estos días. Sí tú sabes lo mucho que me duele por lo que estás pasando. Me duele porque eres tú, me duele porque sé lo que es. Y sólo quiero vivir eso, ahorrar mis fuerzas para estar contigo, acompañarte, que es lo único que vale en medio de todo lo turbulento que se puso el mar. Pero el problema es que los barcos siguen navegando y los puertos exigen estar en funcionamiento. No dejándome descansar en la arena, como yo quisiera estar todo el día y toda la noche. Recostado en la arena, más tibia o más fría, pero siempre ahí, esperando que otra vez aparezca mi sirena para al menos escuchar su canto.

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